CMdJJ: EN EL CORAZÓN DE LA OSCURIDAD

Hola amigos y bienvenidos a CMdJJ, vuestro espacio Yonki favorito. Tras varias semanas dejándome la piel entre archivos públicos, hemerotecas e incluso Bing, tratando de dar con un contenido a vuestra altura, exigentes lectores, he caído en que nunca os he contado la historia de aquella vez que me dieron una paliza en el colegio. Así que os lo voy a contar; con pelos y señales; así, sin guardarme nada. Entonces tenía 12 años, y ocurrió durante la última semana de clases previo al verano de 1998.

LOS ANTECEDENTES

La intención del autor es pasar directamente a las hostias que me dieron; que es lo que interesa. No obstante, el relato requiere de una serie de puntualizaciones y apunte de circunstancias que permitirán al lector tener una comprensión completa del mismo. Vamos a ello:

1- Mi fachada exterior en la niñez no invitaba precisamente al respeto: estaba gordo (pero no gordo grande para ser portero del equipo; era gordo de tobillo fino; gordo tipo matrioska). También tenía una empatía demasiado fina, que me producía temor de dañar a los demás con mis palabras, incluso si lo que iba a decir era la respuesta a un insulto. Asentía a todo lo que se me decía de manera sumisa y para mas inri, tenia algo de pluma (pero pluma hetero – tipo Rafael o Mario Vaquerizo; no Boris Izaguirre).

Mi dislexia, sumada a las periódicas sesiones con una pedagoga tampoco ayudaban a levantar mi popularidad. A nivel cole y transversalmente desde varios grupos y cursos distintos se me insultaba rutinariamente por uno de estos tres términos o combinación de ellos: ´maricón´, ´frankfurt´ o ´analfabeto´.

2 – La semana previa a la paliza me había comprado un videojuego nuevo de plataformas para mi Play Station, pagado con dinero que robaba a mis padres de un cajón de su armario que estaba lleno de billetes de 5.000 pesetas. En ese momento yo ya estaba viciadísimo nivel apretar los ojos cuando ya estas en la cama y ver chispitas de luz y flashes del juego involuntarios en el cerebro.

3 – Solo tenia dos amigos: Roberto y Natzumi. Natzumi… mi querida amiga Japonesa-bollera de la infancia que le molaba hacer presas en vez de saltar a la comba. Natzumi regresaba esa semana a Japón para no volver nunca más. Iba a perderse la última semana de cole y los tres habíamos acordado quedarnos por la tarde a la salida, a comer pipas y tomar una coca-cola en el parque de detrás del colegio a modo de despedida.

LOS HECHOS

Sucedió en el recreo. Yo era tan rarito que en una ocasión la tutora de mi curso me castigó CON patio. Es decir, que no me castigaba sin recreo; sino con él. Porque salvo que lloviera o momentos de exaltación, no me gustaba ir al patio. Me quedaba en clase hablando de películas de terror con mis dos amigos, cotilleando cajoneras de los/las populares, haciendo dibujos etc. Ese día salí al recreo porque estaba especialmente contento. Llevaba una camiseta de Bola de Dragón que me encantaba y iba con mi walkman que era lo más: amarillo con pegatinas varias de anarkia y como con cosas que yo sabía que eran guays sin saber que significaban, y unos auriculares de diadema con la espuma también amarilla. Muy ochentas y muy totales.

Como estaba viciadísimo a ese videojuego nuevo, que tenia una banda sonora increíble, me había grabado el tema principal que sonaba en la intro poniendo un casete a grabar en frente del altavoz de la tele. La calidad por tanto era regulera y además por la mitad de la pista se oía de fondo la voz de mi madre diciendo «estoy harta de lavar toallas».

Roberto y Natzumi estaban en los bancos que había frente a la cancha de baloncesto. Me senté con ellos. Estuvimos un rato hablando de cosas varias; no recuerdo bien qué, solo sé que Natzumi era un poco protagonista en ese momento ya que tras ese recreo, y el rato que íbamos a pasar por la tarde, ya no la veríamos más y estaba un poco tristona. Entonces llegaron Vanessa y Laura. Dos compañeras populares; una porque tenia tetas y otra porque era muy guapa. Ambas se odiaban a causa de la virtud de la otra y al mismo tiempo eso mismo las mantenía unidas.

Su máxima aspiración desde que entraron en el colegio, siempre fue captar la atención de los chicos. Pero según pasaban los años e iban apareciendo chicas realmente ligeras de cascos con más desparpajo que ellas, se fueron centrando en captar amigas y convertirse en reinas del cotilleo. Bueno pues estaban de pie frente a nosotros, que estábamos sentados en el banco. La conversación fue más o menos así:

V – ¡Hola Roberto!

R – Hola; jeje.

V – Oye, ¿con quien te vi enrollarte yo el otro día? ¿quien era?

R – Jaja; ¿cuando? no la conocéis….

Entonces llegó un amigo malote de ellas un año mayor y, animados todos por la situación de superioridad y sometimiento que empezaba a emanar allí, Laura me preguntó si yo me había liado con alguien, a lo que Vanesa respondió que como mucho habría chupado alguna polla. Luego rápidamente siguieron hablando con Roberto, en plan para no dejarme reaccionar. Entre tanto, Emeterio, el malote, empezó a decir muy deprisa y en voz baja de forma intermitente: «frankfurt», «ramikón», «frankfurt», «ramikón» (que era como decir maricón y disléxico en una sola palabra). Natzumi imagino que estaría resolviendo un sudoku en su mente porque se puso en off. Yo estaba muy atemorizado en esa época. Solo podía bajar la cabeza y desear que se cansaran y se fueran.

Pero el videojuego al que estaba jugando de alguna manera me dio fuerzas. El argumento giraba en torno a un niño que siente miedo a la oscuridad, y que lucha contra ella con valor para rescatar a su perro secuestrado por el Rey de lo Oscuro. Traté de mimetizarme con Andy, el niño protagonista y ser valiente. Entonces no se como, decidí hacer algo muy absurdo pero que dentro de esa realidad subjetiva en la que yo era el sometido y mis abusones los castigadores, representaba un paso de gigante para empezar a sentirme algo más fuerte. Simplemente toque el botón del pantalón vaquero de Vanessa con un dedo hundiendo su barriga con él.

LA PALIZA

Vanessa miró hacia abajo horrorizada e inmediatamente me dio una hostia con todas sus fuerzas en la cabeza. Gritó: «¡el puto frankfurt me ha tocado el coño!». Seguidamente recibí un puñetazo de Emeterio, desde arriba sobre la base de la cabeza que me destrozó el cuello con la presión, y antes de que pudiera reaccionar una hostia con la mano abierta en la cara y varias patadas en las piernas (creo que de Laura y Vanessa; de las dos).

Me levante confundido pensando en salir del foco de los golpes; de hecho recuerdo que me costaba orientarme. Emeterio me dio una patada en la espalda y me tiró al suelo. Oí a Roberto pedir que me dejaran en paz y recuerdo ver como otro malote que había aparecido atraído por el olor a sudor y sangre se lo llevaba amablemente sosteniéndole suavemente por la espalda, como con respeto y ceremonia; apartándole de manera sacerdotal de la movida.

Me fui caminando como pude lejos de la jauría. En ese momento lo que más me dolía eran las piernas. Entonces me quedé en mitad del patio petrificado sin saber muy bien que debía hacer. Pensaba en mis tres hermanos que estaban en alguna parte en ese mismo patio, no se si temiendo que me pudieran ver en ese estado o deseando que lo hicieran. De pronto a lo lejos vi al grupito de ejecutores que al mismo me miraban a mi. Vanessa estaba histérica, gritando, llorando y provocando con ello enfurecer a más malotes. Vi como me miraban y salían corriendo para volver a pegarme. Entonces salí corriendo más acojonado que nunca en mi corta vida y me metí en el baño del patio para esconderme. Enseguida entró Emeterio y una jauría de muchísima gente que o bien querían pegarme también, o solo mirar. Me rodearon entre todos. No sé, en un momento se juntaron más de 20 personas en un baño enano. Me decían cosas con mucha ira y alguien me dio otro puñetazo. Me zafé como pude y en el intento me desgarraron la camiseta de Bola de Dragón.

Me encerré en un retrete pillándome un dedo en el forcejeo con la puerta. Me hizo una herida que sangraba bastante. Metí la mano instintivamente en el bolsillo, la apreté para que dejara de sangrar y me senté en el water mientras la jauría golpeaba la puerta y me decían con odio que era un hijo de puta y que me iban a matar. Empezaron a escupirme desde los retretes de al lado, por el hueco que comunicaba cada compartimento y al poco empezaron a tirarme agua. Entonces ocurrió. Noté que alguien me estaba meando desde arriba. No sé cuanto tiempo estuve allí; imagino que no mucho. Seguía escuchado insultos. «Sal, hijo de puta» dijo alguien en voz baja tras el contrachapado donde apoyaba mi cabeza. Entonces salí. Estaba muy alterado y me costaba respirar entre tanta gente.

Noté que muchos de ellos se estaban riendo. Eso me dolió más que cualquier golpe. Ni siquiera era algo serio para ellos. Y sin embargo lo estaban haciendo con ganas. Emeterio propuso hacerme un «cola-cao» (arte que consiste en meterte las piernas entre el poste de una portería y tirar de ellas para aplastarte los huevos). Me sujetaron entre unos cuantos por la camiseta que estaba rota y apestaba para obligarme a moverme, pero no hacía ninguna falta. Yo ya iba solo. Salí a un patio rodeado de mirones. Roberto estaba allí, cabizbajo.

En ese momento agradecí estar empapado porque lo cierto es que me había hecho pis mientras me agobiaban cuando estaba encerrado. Mientas andaba cual García de Orta hacia la hoguera, me empecé a sentir tranquilo. Mi cerebro me devolvía flashes del videojuego y mi cabeza, quizá para protegerse, repetía en bucle la banda sonora que tanto me gustaba, incluyendo la frase de mi madre «estoy harta de lavar toallas». Una vez tras otra. Mente en re-play.

Apareció un cuidador y no me hicieron el cola-cao. Me llevó a dirección y llamaron a mi madre, a casa. Como no me quería perder la despedida de Natzumi y solo faltaban un par de horas para salir, le dije a mi madre que estaba bien; que había sido una pelea pero que yo estaba bien y me quería quedar en el colegio. Entonces me quedé sentado en una sala en la zona de profesores y a la salida, fui al encuentro de mis amigos. Olía fatal.

EN EL CORAZÓN DE LA OSCURIDAD

Natzumi no se quedó para despedirse. Roberto me dijo que sin dar muchas explicaciones se había despedido de él y se había marchado; me mandaba un beso. Nunca más la volví a ver. Estuve con Roberto horas, hablando de todo menos de lo que había ocurrido. Comimos pipas y nos compramos helados dos veces para alargar ese rato. Se nos hizo casi de noche.

Antes de despedirnos hasta el día siguiente (en realidad yo no volví a clase hasta después de verano), Roberto sacó de su mochila mi walkman. Estaba destrozado. Le faltaba la tapa donde iba el casete y habían arrancado todas las pegatinas. Alguien había pintado «ramikón» con rotulador. Cuando lo vi destrozado me puse a llorar. Fue como verme a mi mismo después de la paliza con la diferencia de que en esos días yo no me apreciaba demasiado a mi mismo; pero a mi walkman sí. Roberto se levantó para marcharse y antes de hacerlo me puso la mano sobre el hombro. Fue la única referencia a lo sucedido esa mañana. Un gesto pequeño , pero que significó mucho para mí.

Lo que me ocurrió aquel día me empujó a madurar de una forma particular. Pasé por una etapa, en la adolescencia, en la que quería demostrar que yo también podía ser malote. Comportarme de manera violenta; hacerme respetar. Sin embargo pasa el tiempo y maduras. Y entonces aprendes que en realidad no eres Andy, pero tampoco una criatura oscura, sino que mas bien todos somos uno de esos bichos alados color salmón que viven en el aire y que a lo largo del juego ayudan al protagonista a encontrar a su perro Whisky. Estas criaturas se definen por ser amigables, puras y llenas de empatía, pero que al tocar el suelo y proyectar una sombra, esta les devora y les transforma en seres abominables.

El juego se reserva un giro más o menos al final del primer y segundo acto. Existe una piedra oculta. Una piedra luminosa que al tocarla te permite disipar las sombras desde una fuerza que nace de dentro de uno mismo y con la que Andy consigue al final vencer su miedo a la oscuridad y por fin rescatar a Whisky. Aun conservo la caja del juego en mi estantería, y una cicatriz chiquitita en el dedo corazón de la mano izquierda. Puedo ver ambas cosas ahora mismo mientras escribo.

Volví a casa escuchando la banda sonora con un solo auricular. El walkman estaba herido y sonaba mal, pero seguía funcionando. Me tomé mi tiempo para llegar. Quería estar tranquilo y no tener cara de haber llorado. La garganta me sabía a sangre y lágrimas.

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